Por Macerlo Di Marco
No te vuelvas, camarada, no mires atrás:
el campo del honor se descompone
de cadáveres, el aire en el calor de la podre
hiede de clarines disonantes. Y aquella
vibrante irradiación que encandila a la manada
no es la aurora azul y blanca que renace, no es
el anuncio de un destino siquiera posible. Es
solamente un eco, ni apenas una chispa. ¿La ves,
opacada por la luminosa sangre de los héroes
que enfanga de rojo tus pisadas de vencido?
Más allá del pantano se prolonga un horizonte
de lamentos. Los mediocres depravados
se encumbraron, ríen a carcajadas desdentadas
las madamas: las urnas putrefactas celebran
su orgía en el lábil deliquio
de la crápula. ¿Ves cómo los cuervos escarban
en los ojos de nuestros camaradas muertos,
cómo el afán de mandar nos lanzó enceguecidos
a la peor de las derrotas posibles: la muerte
de la ilusión? Despierta de una vez, patria mía.
Que la esperanza te incite de futuro, compañero,
que un amanecer acribillado de esplendores
te envuelva. No te debatas entre elegías sin nombre,
no des por sentado tu fracaso: ya hondas ráfagas
planean por el cielo esparciendo en lo marchito
nuevas semillas. Son tus hijos, son tus nietos.
Es tu descendencia latiendo de promesas. Es
el sereno paso marcial
de las nuevas legiones en camino.